Prototipo vistoso entre los tejidos mexicanos para uso femenino, la prenda que exponemos aquí se nombraba antiguamente “paño de rebozo”. Pasó a las lenguas indígenas como payun (chatino de Tataltepec), ba’ai (zapoteco de Quiaviní), püy (huave de San Mateo del Mar) y otras formas derivadas del español “paño”. Ese tránsito lingüístico es significativo por sí mismo, en tanto que sugiere que los pueblos mesoamericanos no lo reconocían como un formato propio. Debatidas desde hace décadas, las raíces del rebozo trazan un origen híbrido, donde un modelo externo se amalgamó con el telar de cintura, según creemos. Más que el sarape masculino, el paño labrado y sus rapacejos (los flecos adornados con labores anudadas, trenzadas o entorchadas) nos remiten al siglo XVIII, cuando México era crisol de culturas y encrucijada del comercio mundial.