Nicolasa Pascual comenzó a tejer jugando, sobre todo al admirar el trabajo de Doña Epifanía Vicente, una “abuelita”, que tenía un huerto con frutos al que acudían varios niños y notaban que ella siempre traía hilos en las manos. Las niñas de once o doce años querían aprender su arte, así que un día se sentaron y, como doña Epifanía era paciente, les enseñó “puro sencillo”, es decir, a tejer sin ningún diseño predeterminado. Nicolasa terminó su tarea, pero no logró conformar ninguna figura, entonces la maestra le dio un golpe para que pusiera más atención. Esa actitud desagradó a la madre de Nicolasa que no quería que su hija volviera al tejido. Sin embargo, la niña, a pesar del regaño, sentía curiosidad por aprender, le había gustado tejer y se escondía para volver a casa de la señora Vicente.